Sonó un portazo.
Ella al otro lado, sentada sobre el piso y con el rostro
pegado a las palmas de sus manos siente la lluvia de verano.
Sabe que el dolor se irá más rápido que el miedo a volver a
abrir la puerta. Que dejará de “llover” porque le van mejor los arcoiris. “Que nadie vuelva a entrar”.
Y en ese su mundo donde ha pintado con los colores más bonitos
el espacio más perfecto permanecerá junto a sus secretos. Organizando lógicamente
silencios y sensiblemente sonidos en armonía y al ritmo de su corazón. En
completo refugio.
Pondrá una cerradura más fuerte y cerrará los ojos para no
ver películas repetidas llenas de tristeza. De esas que nada tienen que ver con
su presente. Un presente lleno de gracia
y de vida.
Porque eso es lo que ella merece, mientras pueda contar los
días, cada día, y ser.