martes, 26 de febrero de 2008

Héroes


Mis héroes no son mutantes, ni producto de experimientos genéticos. Menos aún fueron irradiados por algún meteorito o picados por alguna araña transgénica. Los héroes de mi vida pueden babear mientras duermen, o rascarse la nariz cuando nadie los ve, pueden ser gorditos o huesudos, se ganan la vida trabajando. Son como uno, pero mejores.
Lo que los hace diferentes es que nunca se preguntan el por qué de todo lo que les ocurre, simplemente aprenden. Son filósofos de la vida a quienes la gente mira como a bicho inocente, crédulo y confiado (o sea, raro).
Son los que asumen muchos papeles para hacer feliz a la gente que los rodea, como quienes asumen paternidad-maternidad. Los que compran caramelos para sus amigos, los que se van a vivir a otro país solos, los que saben perdonar, los que vuelven a confiar, los que se atrevieron a amarse y a amar.
Mis héroes son los adictos rehabilitados que cayeron en el vicio y volvieron a salir de él, los que se casan más de una vez, los que adoptan niños porque no pueden tenerlos o porque tienen la necesidad de dar.
Son los que luchan, los que ganan medallas de atletismo y tienen, en lugar de una pierna, una prótesis, los sordos que componen música, los sacerdotes disidentes, los que se asombran de la vida cuando ven un enjambre de luciérnagas… son de esos que ya no se fabrican.

viernes, 22 de febrero de 2008

Cocoliche para rato





Mi papá es medio hippie, bohemio y niñito a la vez. Es lindo y he decidido decirle Angelote porque tiene los ojos verde agua, el cabello claro y tiene cara de bueno y blanquísima. Además, porque así lo llamaba una amiga suya en la época en la que estudiaba en la Escuela de Bellas Artes.

En aquella época, entre narices de Nefertiti de arcilla y “naturalezas muertas” al óleo Angelote conoció a mi mamá, se conquistaron y lo demás es historia. Lo cierto es que coincidimos en que lo mejor que crearon Angelote y Alice (mi mamá) fuimos sus tres hijos, ¿o no?

Cuando era niña, Angelote solía comprarme una bolsa de Cocoliche (maíz dulce soplado) que yo compartía con mi hermano mayor. Lo compraba a una señora que se sentaba frente al cine Balta (en aquella época ponían películas en dibujos animados, la aclaración vale porque poco antes de desaparecer, en ese cine se lanzaron al estrellato nuevas estrellas porno). Luego íbamos a los botes, a los juegos mecánicos o a visitar a mi abuela y a seguir comiendo dulces. Esa maravillosa rutina dominical era todo.

Cuando cambié de status y dejé de ser niña perdí de vista a Angelote. Ni rastro de sus alas. Lo extrañé mucho, es cierto. Pero, por fortuna aún tenía a Alice, la mujer maravilla que se multiplicaba, siempre que fuera necesario, para atender a sus hijos, negocios, casa y, a veces, a ella misma.

Mucho tiempo pensé que Angelote prefería a la niña Rous antes que a la adolescente o la mujer Rous. Eso fue hasta hace unas semanas en que Angelote volvió con sus alas blancas a abrazar a Rous, a abrazarme.

Cuando lo tuve frente a mí, acompañados de Serrat y una botella de pisco, me propuso, sintiéndose culpable, que escriba todo lo que nos había alejado por tanto tiempo. ¡Trato hecho! Este blog sería el soporte de mi pliego de reclamos contra el celestial personaje de quien heredé: apellido, gustos musicales, sensibilidad, signo zodiacal, grosor de cabello, cejas, ojos y arte culinario.

Me quedé mirando el color rosado de la página del blog pensando en que los episodios grises de Rous y Angelote no combinaban. Entonces busqué en mi conciente y subconsciente los archivos de “la vida sin Angelote” y presioné “delete”.


No recuerdo nada ahora y Angelote también debería olvidar cualquier sentimiento de culpa. Esta amnesia “sana heridas” me vino de perilla.


lunes, 18 de febrero de 2008

Gutiérrez y yo






Hay gente que existe y no a la vez. En este mundo para existir hay que destacar y para destacar hay que ser muy bueno o muy malo en “algo” o simplemente en la vida. Hacerse notar no es lo mismo que ser naturalmente notable. En muy raros casos, hay coincidencia de ambos estados. Y no sólo sucede con las personas, sucede con todo.
El cuerpo humano es una perfecta máquina que funciona sin pedirnos permiso incluso cuando estamos durmiendo. Todo lo que el sistema nervioso central no gobierna, simplemente sucede. Cuando tomamos un vaso con agua sólo nos enteramos de que se acabó la sed y que en unos momentos necesitaremos ir al baño. No sabemos, ni queremos saber para qué sirve el epitelio transicional de los uréteres.
Sólo nos percatamos de que poseemos algún órgano y que existe cuando su falla o desorden es notable. Es entonces que nos reportamos enfermos al trabajo, terminamos al cuidado de nuestras madres o parejas o finalmente, nos volvemos dependientes de una tanda de fármacos. Por ejemplo yo ni me hago cargo de mi páncreas, pero mi tía que sufre de diabetes sí y depende de dosis, casi diarias, de insulina.
Quien no sea doctor o estudiante de medicina ¿sabe qué es el occipucio, el colodrilo o la cerviz? Yo los conozco y están muy cerca el uno del otro en nuestra cabeza. Me percaté de ellos porque tuve una enfermedad que atacó a mi nervio trigémino[1] (del mismo vecindario) y me hizo ver a Judas en zunga brasilera atigrada.
La naturaleza de mi enfermedad es de síntomas impredecibles y sin una duración determinada. Ninguna dosis fuerte de nada acortará el tiempo de mi condena (eso incluye abstinencia de juergas, sol y alcohol) y también de mis días lejos de la oficina.
Lo cierto es que ya volví a la oficina y puedo beber algunas bebidas espirituosas, pero tengo la cara manchada y por dentro de la mitad de mi cabeza me pica cuando me alimento con ricos y sabrosos alergenos.

El burócrata
Llegué a experimentar los niveles de desesperación de un pensionista pobre y en litigio de que le paguen su mensualidad frente al feo escritorio de un burócrata. Un burócrata sádico que cierra su oficina a las 5:30 pm sin importarle que frente a él una ancianita hizo cola por más de una hora.
De ahí que pasé a bautizar a mi nervio trigémino enfermo como el Sr. Gutiérrez, con el perdón de cualquiera que lleve este apellido, por demorar lo que le place en sanar, por ponerme condiciones sin lógica y por promover la solución de nada. Luego le atribuí una personalidad, una vida y un serio problema psicológico.
El sr. Gutiérrez vive en un dúplex en la Urbanización Sagitario en Surco, su casa es la manzana y el lote de algo que nadie conoce porque nadie lo visitan. Su mujer le pega y además lo engaña con su mejor amigo, desde que Gutiérrez, víctima de una disfunción eréctil, se volvió inútil en el ring de las cuatro perillas.
El trabajo de Gutiérrez consiste en revisar que la documentación para trámites de algo esté completa para luego ponerle un sellito. Tiene un escritorio de madera que heredó de su compañero de trabajo cuando lo ascendieron 5 pisos más arriba que él.
Gutiérrez es tímido, no le gusta que lo noten, pero es naturalmente notable por los terribles escozores de cabeza que me genera y por unas manchitas que me ha dejado en la frente. Cuando lo notan se pone de pésimo humor y se le sale todo el presidio por la boca (por la mía en realidad).
Este Gutiérrez y yo sólo tenemos en común al insomnio. Por lo demás es mi completa antítesis: odia la playa, no le gusta la bebida ni las luces de la disco. Tiene alergia a todo y una actitud de nazi kukuxclanesco increíble. Tiene un poco de Jahairo[2] también: usa pantalones grises con la basta alta, zapatos negros y medias blancas (a lo Michael Jackson), camisa manga corta con corbata y lleva su almuerzo en la lonchera de super man que su hijo, ya púber, dejó de usar.
Tiene un asistente al que no le explica nada (para que no aprenda nada y nunca le quite el puesto), al que lo manda por su café instantáneo de lata y quien lustra sus zapatos.

A este Gutiérrez se la tengo jurada, pero nada puedo hacerle porque vive dentro de mi cabeza, podría incluso interferir en mis pensamientos con comentarios desatinados, aburridos y jahairos. Esta convinencia como dormir con el enemigo y se ha convertido en la mayor prueba de paciencia haya tenido y que sigo viviendo.








[1] Según la Wiki, el nervio trigémino o nervio trigeminal es el mayor nervio craneal, también llamado quinto par craneal o V par. Se lo considera un nervio mixto. Por sus filetes sensitivos tiene bajo su dependencia la sensibilidad de la cara y la mitad anterior de la cabeza. Por sus filetes motores inerva a 8 músculos, incluyendo los músculos masticadores.

[2] Jahairo: sust. De la comunidad del mismo nombre que profesa socialmente conductas asociadas a la huachafería vestida, hablada y bailada.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Tentación

Quiero morderte manzana jugosa y crocante. Sin temer a ser expulsada de algún paraíso. Sin serpientes de consejeras. Sin Adán a quien convencer.
Quiero un cómplice que te quiera morder tanto o más que yo, que caigas sin que yo te arranque y que ninguna oruga hambrienta te haya visitado antes.
Quiero que el sol te alumbre favoreciendo tu belleza y yo vestir de taparrabo y lentejuelas antes de llevarte a mi boca. Y que mi boca esté roja.
Si caes quiero que te acomodes junto a mi pie derecho y que alguien se agache conmigo al mismo tiempo para recogerte y nuestras manos coincidan. Que a los dos nos gustes para morderte a medias y que juntos nos vayamos hablando de lo sabrosa que estuviste.

martes, 12 de febrero de 2008

¿Duermo?





Morfeo me dejó a media noche y abrí los ojos sin querer abrirlos para ponerme a pensar en todo lo que hago, hice y haré sin querer. O todo lo que no hago cuando más quiero hacerlo.
Y el silencio me gritó la respuesta. Y en plena oscuridad pude leer el porqué y el cómo de no hacer lo que queremos hacer o hacer lo que no queremos.

Todo parte de nuestra poderosísima mente que nos permite fluir a un determinado ritmo. Y ese ritmo está condicionado a la cantidad de prejuicios que hayamos aprendido de la vida. El ritmo de nuestra fluidez es inversamente proporcional a la cantidad de prejuicios aprendidos.

Pero, es necesario contar con ciertos prejuicios para protegernos. Para no hacer cosas que nuestra mente no pueda afrontar. Estos prejuicios son algo así como los prejuicios-vacuna que nos preparan para admirar la fluidez de la vida y finalmente atrevernos a vivirla. Es entonces que lo dejamos ir y fluimos.

La Caperucita Roja es el ejemplo de la fluidez pura. No temía al lobo, ni a la soledad del bosque y fluyó pudiendo entregarse a la muerte en el intento.

El cerdito que construyó su casa con ladrillos sería el ejemplo del prejuicio-vacuna. Por temor al lobo se tomó el tiempo de guarecerse adecuadamente. Y fue el único preparado para admirar la fluidez de la vida, conservando la suya, viviendo.

¿Cuándo debemos deshacernos de los prejuicios? Cuando nos impidan salir, subir o crecer. Simple como eso. Pues los prejuicios con el tiempo se vuelven pesados y se enquistan en las familias, transmitiéndose de generación en generación generando miopía, sordera y apatía.

Me sentí un poco corta escribiéndole un correo a Enriqueto con esta ensalada de tonterías de insomne desesperada. Pero luego entendí que al contárselo estaba fluyendo, sin temor a una burla o al rechazo de lectura. Su respuesta, por cierto, me encantó…ahí me deshice de un prejuicio.

Ahora me encuentro en la exhaustiva tarea de hacer que mi sueño se deshaga de sus prejuicios y fluya. Porque mi sueño tiene el temor de ser, de vivir más de lo debido, de abandonarse, prejuicioso él. Está aprendiendo a gotear y, finalmente, algo estoy durmiendo.


miércoles, 6 de febrero de 2008

mi tía AMELIA


Mi tía Amelia no es mi tía en realidad aunque soy un poco su sobrina, tampoco se llama Amelia pero la quiero. De todos sus sobrinos estoy segura de soy una de sus predilectas.
Ni más ni menos linda que cualquiera, es una monada monísima y aún así anda buscando a golpes su cintura, indaga sobre implantes y cree en algunas dietas.
Tiene por hobbie coleccionar cachivaches que se compra en la avenida Argentina o en Autolandia. Los compra siendo artículos caros, pero al no usarlos es que pasan a la categoría de cachivaches. También tiene la habilidad de encontrarse cosas extrañas e interesantes.
Una vez se encontró un muñeco de He-Man morenito en nuestro bar favorito. Y anduvo jugando con él hasta que se aburrió y lo dejó en una repisa de su casa, la que limpia de vez en cuando, que es donde se percata de que el muñequito de “buen cuerpo” existe.
Hasta hace poco anduvo muy ocupada con un perrito que encontró en la calle. Le dedicaba tanto tiempo que sus sobrinos y sobrinas andábamos celosos de la dichosa mascota. Más aún porque ni siquiera era suyo. Este perrito ya tenía hogar pero se encariñó mucho con mi tía Amelia y ella con él.
Lo malo con el perrito era que a veces mordía a mi tía y la hacía llorar. Gracias a Dios sus sobrinos, quienes tenemos conocimientos en primeros auxilios, acudimos presurosos a curarla (o pretender hacerlo).
Afortunadamente, el perrito, ingrato este, decidió volver a su casa y dejar de morder a mi tía quien está a la espera de que la vacunen contra posibles rabias.
A mi tía Amelia el buen humor le sobra, le gusta reírse de todo y es bueno verla así. Pertenece a Clubes selectos como el de las GG´s, es del entorno de Pepe y Lucho Pasquale. Le encanta beber leche con alcohol, tiene un amigo que es Cura, otro gay y un asistente personal de modas, que así como yo también es su sobrino. Ella es una buena tía que engríe a sus sobrinos, por eso la queremos y le perdonamos que abra su boca, muy grandota, y nos hable feo cuando se le antoja. Porque de la misma manera abre su corazón grandote, nos regala una sonrisa amplia, su compañía y hasta a veces su preciada leche con alcohol. Así es mi tía Amelia por eso le quiero y aquí me detendré pues cuando lea esto podría quedarse dormida, por lo extenso o porque está viejita la pobre.