El chupete endemoniado

El primer día del año fui despertada por un extraño dolor de cabeza y el clamor del pigmeo maldito, chillando por su desayuno.

Mientras el desayuno se convertía en brunch empezamos con el recuento de los daños de la anterior noche de juerga. Mis amigos tenían manchas rojas y melosas en sus camisas, según contaron y además me culpaban de ello.

Apenas si lo recordaba:

Después del décimo sexto vodka me provocó un chupetín y encontré en mi bolso uno que me dio Mamá Tru (creo) así que me lo metí en la boca.
De pronto el pigmeo del mal llegó, me lo quitó y se lo metió en la boca. Mi chupete entonces, se vio poseído por una extraña fuerza demoníaca y buscando la autoexorcización empezó a bañarse en diferentes vasos de tragos y a limpiarse en las camisas de cuanto parroquiano se le cruzara.
Mi pobre chupetín, una vez calmo e impoluto volvió a sumergirse en mi boca: a flotar en mi saliva feliz y calientito cual feto en el vientre materno.

Eso fue lo que yo recordé del ataque de azúcar y colorante sobre las camisas de los chicos.

Y es que mis chupetes, como todo lo que toca mi boca sólo admite ser babeado por mí, de lo contrario se endemonia y hace de las suyas.