“Feliz día de la mamacita y saludas a tu madre de mi parte” les dije ayer a mis amigas mientras me encontraba internada en la cocina preparando una rica pasta. El olor atrajo a la familia a mi morada y, con ellos, a mi muso inspirador, el rey de Mazapán, mi sobrinito Octavio.
“Blu, blu blu, ma, ma, prrrrrrrrrrr, ma, ma, aaaaaaaahhhh”, me dijo sonriendo y lo abracé. Llevaba puesto el overall de jean que le compré y unos lindos zapatos azules. Lo que me estaba tratando de decir era que ya había terminado su dosis de medicamentos contra la bronquitis que había atacado sus pequeños pulmones de apenas 10 meses. Yo le confesé que cuando se me ocurriese sentar cabeza para formar una familia le daría una linda primita o dos. “Prrrrrrrrrrrrr, blu blu”, me contestó. Traducción: “yo la cuidaré de cualquier galifardo que pretenda su virtud”. Entonces un hilo de baba se formó en mi comisura labial derecha.
En medio de la charla, lo descubrí mirando atento a uno de mis muñecos favoritos: El Chavo del Ocho. Luego dejó de hablar y empezó a gatear hacia el muñeco. Se apoyó en la pared para alcanzarlo pero no pudo. Entonces me miró con tal cara que antes de que se formara otro hilo de baba fui corriendo a entregarle mi preciado muñeco para que lo mordisquee y lo patee a su antojo.
“Ma, ma, ma, ma”, dijo una y otra vez. Significado: “tía, ¿le puedo enseñar a mi vieja lo que me has regalado?”. Rápidamente lo cargué y lo llevé a la sala con su mamá. Regresé a la cocina y reanudé el tema culinario mientras escuchaba de fondo la hermosa risa del rey de Mazapán. Esa fue mi cuota de felicidad del día.
Mientras terminaba de servir el postre, en mi lista mental de objetivos de vida marqué y subrayé con resaltador amarillo el ítem: ser madre. Biológicamente hablando, el requisito principal me lo procuraría con facilidad: “un buen amigo o quizá un banco de semen”, pensé. Aquel pensamiento sólo podía ser interrumpido por la cara de mi madre diciéndome “no seas egoísta, dale un padre”. Ahí mismo, se me complicó el teorema. Me sentí como si estuviera en tercer grado de primaria tratando de aprenderme la tabla periódica de los elementos químicos y se me agitaron las neuronas.
Antes de despertar a mi nervio trigémino, Gutiérrez, me calmé y pensé en que tenía simplemente que esperar. Otra vez esperar. No siendo una de mis virtudes la paciencia, esperar. Con el ruido que me hace esa palabra en el oído medio: esperar. ¿Esperar qué? Pues, ¡todo!: conocer al Neo de mi Matrix (el elegido), enamorarnos, fabricar al nene (esa es la parte que más me gustará, sin duda) y luego de nueve meses, mi mundo será iluminado por un nuevo sol, que me enseñará a ser mujer de verdad: madre, esposa y profesional, todo, toditito a la vez. O sea, como diría el rey de Mazapán: Blu, blu, blu, prrrrrrrrr. Traducción: ¡qué miedo!
“Blu, blu blu, ma, ma, prrrrrrrrrrr, ma, ma, aaaaaaaahhhh”, me dijo sonriendo y lo abracé. Llevaba puesto el overall de jean que le compré y unos lindos zapatos azules. Lo que me estaba tratando de decir era que ya había terminado su dosis de medicamentos contra la bronquitis que había atacado sus pequeños pulmones de apenas 10 meses. Yo le confesé que cuando se me ocurriese sentar cabeza para formar una familia le daría una linda primita o dos. “Prrrrrrrrrrrrr, blu blu”, me contestó. Traducción: “yo la cuidaré de cualquier galifardo que pretenda su virtud”. Entonces un hilo de baba se formó en mi comisura labial derecha.
En medio de la charla, lo descubrí mirando atento a uno de mis muñecos favoritos: El Chavo del Ocho. Luego dejó de hablar y empezó a gatear hacia el muñeco. Se apoyó en la pared para alcanzarlo pero no pudo. Entonces me miró con tal cara que antes de que se formara otro hilo de baba fui corriendo a entregarle mi preciado muñeco para que lo mordisquee y lo patee a su antojo.
“Ma, ma, ma, ma”, dijo una y otra vez. Significado: “tía, ¿le puedo enseñar a mi vieja lo que me has regalado?”. Rápidamente lo cargué y lo llevé a la sala con su mamá. Regresé a la cocina y reanudé el tema culinario mientras escuchaba de fondo la hermosa risa del rey de Mazapán. Esa fue mi cuota de felicidad del día.
Mientras terminaba de servir el postre, en mi lista mental de objetivos de vida marqué y subrayé con resaltador amarillo el ítem: ser madre. Biológicamente hablando, el requisito principal me lo procuraría con facilidad: “un buen amigo o quizá un banco de semen”, pensé. Aquel pensamiento sólo podía ser interrumpido por la cara de mi madre diciéndome “no seas egoísta, dale un padre”. Ahí mismo, se me complicó el teorema. Me sentí como si estuviera en tercer grado de primaria tratando de aprenderme la tabla periódica de los elementos químicos y se me agitaron las neuronas.
Antes de despertar a mi nervio trigémino, Gutiérrez, me calmé y pensé en que tenía simplemente que esperar. Otra vez esperar. No siendo una de mis virtudes la paciencia, esperar. Con el ruido que me hace esa palabra en el oído medio: esperar. ¿Esperar qué? Pues, ¡todo!: conocer al Neo de mi Matrix (el elegido), enamorarnos, fabricar al nene (esa es la parte que más me gustará, sin duda) y luego de nueve meses, mi mundo será iluminado por un nuevo sol, que me enseñará a ser mujer de verdad: madre, esposa y profesional, todo, toditito a la vez. O sea, como diría el rey de Mazapán: Blu, blu, blu, prrrrrrrrr. Traducción: ¡qué miedo!
Octavio: El Rey de Mazapán
4 comentarios:
Me he reido tanto, que no lo creeras...buenisimo.
prrrrrrr
QUE SIGNIFICA PRRRRRR EN EL LENGUAJE DE TU SOBRINO
en este contexto significa: "por supuesto que es bueno este blog, además de divertido, relajado, interesante y rosadito"
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