viernes, 28 de agosto de 2009

Muuuuuuu!


Cuando era niña, una desafortunada enfermedad emotiva se manifestó en mi piel.
Junto a mi rolliza anatomía, esta enfermedad me hizo acreedora a un apodo que en su momento odié y que generó en mí un colosal complejo de fealdad: me llamaban “vaquita”.

Me llamaban vaquita, sí. Pues resultó que a consecuencia de una prematura “ansiedad infantil” y extrema emotividad (desde niña fui una intensa) mi piel se despigmentaba al contacto con colonia, jabón, maquillaje (me pintaban la cara para bailar marinera) y demás sustancias que no recuerdo bien. Era una especie de vitiligo del que nada quedó (salvo en recónditos lugares) después de un doloroso tratamiento.

Me deshice de aquel mal, pero me quedé con los rollitos y el apodo y desde entonces adquirí el complejo de “gordita” y la reticencia a comer carne de vaca. La pre-pubertad fue difícil.

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“Ahí viene la gordis”, decía el profesor de natación y yo a veces lloraba en la piscina para que nadie me viera. Yo que jugaba con mis muñecas Barbie, envidiando su esbeltez.

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Ahora que mi gordura se acomodó armoniosamente, me dicen otras cosas por la calle (que no me hacen llorar precisamente). Pero mi estómago, aparentemente, quedó resentido con el apodo “vaquita” y de un momento a otro se negó a digerir la lactosa.

Hoy me miro al espejo, con o sin ropa y entiendo que la belleza es sólo el reflejo del amor propio en su justa medida.... y frente a mí misma de pronto una voz interna me dice: ahora que ya te amas, estás lista para amar.

viernes, 7 de agosto de 2009

Twinkle!



Hace poco desperté con resaca de pena: ojos hinchados, corazón oprimido y ganas de nadie; repasando un soneto que yo misma escribí y canté para mí sola; inflando de nuevo el globo de la ilusión. Desperté esperando milagros.
Tras la catarsis nocturna de aquella pena, una esperada visita me restauró la sonrisa.
Entre medias palabras, besos, abrazos y juegos fui consolada.
Luego de mucha risa, un poco de tv y galletas dulces, nos quedamos dormidos (él y yo).

Desperté y le tomé una foto (él seguía durmiendo). Luego lo besé en la frente y su olor me llegó a la sangre. Fui corriendo por mi blackberry y escribí en el Twitter: “quiero ser mamá”.

Susurré su canción favorita “twinkle, twinkle, little star” y despertó.
Extrañado miró a su alrededor hasta que se encontró conmigo y sonrió. Me abrazó y rebauticé a la felicidad con su nombre (en ese instante de manos pequeñas en mi cuello, babita hidratante y pañales por cambiar que huelen rico).


Compartimos una manzana y se hizo una pausa en mi vida toda queriendo repetir el momento una y otra vez...

...cuando se fue lo dejé llevarse mi preciado muñeco del Chavo del 8, con increíble gusto.

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Volví a llorar.


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Ese rayito de luz que acabó con mi día gris, apenas tiene 2 años y se llama Octavio. Siempre está aquí, en este blog, a la mano derecha y tocando pasto por primera vez.



Subí la foto al cyberespacio y la titulé: el reposo del guerrero