miércoles, 10 de febrero de 2010

La tortuga y el pez


La tortuga hambrienta nadaba tras el goldfish para morderle la cola.

El goldfish ya había aprendido a convivir con el miedo. Huir de la tortuga era rutina. Sufrir de sus dolorosas mordidas, casi.

Antes de que llegara aquella, él reinaba el acuario, era la envidia de los monocromáticos vecinos de cola corta y sin alcurnia. Luego, con la llegada del anfibio al acuario, querría ser quizá invisible?

La niña pegaba todos los días su frente al acuario, admiraba la cualidad natural de los peces de mimetizar sus lágrimas con el agua, pues mientras los alimentaba les atribuía características humanas e imaginaba conversaciones entre ellos. "Nadie notaría si lloran, qué afortunados", pensaba.

Cuando descubrió la cola lastimada del único goldfish "velo de novia" que adornaba su acuario, se alarmó, en el rostro del pez no había dolor, no se dibujaba el miedo. "No veo sus lágrimas", se dijo. Vio a la tortuga tras él. Los separó.


Y así, mientras el pez se recuperaba con una tintura curativa recetada por el veterinario, la tortuga permanecía alejada en un vecino acuario pequeño.

"Se extrañan", pensaba la niña. Convenció a su madre de reunirlos nuevamente cuando el goldfish estuviera sano. Y así fue. Y la tortuga volvió a comerle la cola al pez.


Luego de tres procesos de curación, separación, unión y recaída del goldfish, fue separado definitivamente de la tortuga. Sanaron sus heridas y al cabo de dos semanas el pececillo murió.

Según el veterinario no habría explicación lógica de la muerte del pez. Habría muerto de ansiedad, pena? Extrañaría la persecusión, el miedo, el dolor? Se pudo haber acostumbrado a ello?


***

Jamás tuve un perro. Pero de niña me dejaron tener peces y una tortuguita acuática carnívora. Ninguno me ladró o me movió la cola, pero los observé lo suficiente como para aprender que hay conductas animales comunes a las humanas. También aprendí que los peces no tienen glándulas lacrimales.