Cómo nos pesan las promesas vacías. Las palabras qué sólo son palabras, el amor sobre el papel. También nos pueden doler, como los clavos en una tabla (que aunque los saquen dejan un agujero), las palabras si no se escogen correctamente.
Decir, para que todos entiendan, para conmover, para convencer, para enseñar, más que un regalo es un arte. Demanda experiencia, práctica, aprender a escuchar. Pero decir por decir, no significa nada si no hay ejemplo que acompañe la prédica.
Hacer debe, por decreto supremo, ser motivado por un sentimiento. Hacer por hacer es caminar dormido, es arrancarse el corazón, es morir en vida. Hay un aprendizaje que proviene de una canción infantil "cuando tengas muchas ganas, no te quedes con las ganas de gritar o de aplaudir, o de abrazar". Por eso es tan intenso ser niño. Porque desde el primer llanto ponemos pasión a lo que hacemos (incluidas las travesuras).
Hace algunos días miré los ojos de alguien muy especial en mi vida y leí en ellos una historia de amor. Una historia que finalmente se resume en hacer, sin la virtud del decir pero profusa en sentimiento. Perfecta, rotunda, reponedora, sanadora. Verbo puro que me enseñó que sí es posible perdonar y olvidar. Nuevamente fui feliz.
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