Un día como hoy se encontró mi soledad con el recuerdo de uno de los más maravillosos seres humanos que pude haber conocido. Su sonrisa era un antídoto de la pena. ¡Su abrazo!...nada mejor que aquello. Recuerdo su voz ronca y dulce a la vez, (y todo en él era tan dulce que le hacía daño). Y sus palabras...simples pero sabias siempre estaban teñidas de una particular filosofía.
La última semana que lo vi fue diferente a todas. Esa semana no hubo helados en el Tip Top ni compras en Oeschle. En casa olía a tristeza mientras él descansaba, muy cansado, en cama.
Un día -de esa semana- me llamó, con el mismo tono y cadencia como cuando salíamos a pasear, usando el mismo apelativo "¿Mamachita?" Corrí hacia él. Me enojé al encontrarlo recostado en la cama, somnoliento. Yo esperaba verlo de pie con las llaves del auto, listo para salir, pero él seguía recostado. (Es que los niños, siempre tan exigentes con los adultos, no toleramos el cansancio, ni la enfermedad como excusa para no llevarnos a pasear, jugar o a comer helados).
Entonces me acerqué y me abrazó muy fuerte. Me dijo que iba a viajar y que no sabía cuándo regresaba porque iba a buscar para mí el regalo más lindo del mundo. Me entusiasmé, aunque no lo suficiente como para responder con otro abrazo, tan cálido como el que me dedicaba. Porque sabía que sentiría su ausencia y que lo iba a extrañar.
Retomé entonces la idea de que no saldríamos de paseo. Me volví a enojar, me zafé de su abrazo y me fui.
Han pasado 21 años de aquello y no hay forma de evitar que los ojos se me llenen de lágrimas cuando recuerdo su mirada amorosa en su breve despedida. Breve a causa mía, porque no entendía que se iba para siempre. No entendía que en sus simples palabras me explicaba sabiamente que la muerte era un viaje, y que el deseo más grande de los seres amados es reencontrarse en otro lugar...tal vez en otra vida. Esa era su filosofía. Así lo explicó a una niña de 5 años y así lo entendí, finalmente.
La última semana que lo vi fue diferente a todas. Esa semana no hubo helados en el Tip Top ni compras en Oeschle. En casa olía a tristeza mientras él descansaba, muy cansado, en cama.
Un día -de esa semana- me llamó, con el mismo tono y cadencia como cuando salíamos a pasear, usando el mismo apelativo "¿Mamachita?" Corrí hacia él. Me enojé al encontrarlo recostado en la cama, somnoliento. Yo esperaba verlo de pie con las llaves del auto, listo para salir, pero él seguía recostado. (Es que los niños, siempre tan exigentes con los adultos, no toleramos el cansancio, ni la enfermedad como excusa para no llevarnos a pasear, jugar o a comer helados).
Entonces me acerqué y me abrazó muy fuerte. Me dijo que iba a viajar y que no sabía cuándo regresaba porque iba a buscar para mí el regalo más lindo del mundo. Me entusiasmé, aunque no lo suficiente como para responder con otro abrazo, tan cálido como el que me dedicaba. Porque sabía que sentiría su ausencia y que lo iba a extrañar.
Retomé entonces la idea de que no saldríamos de paseo. Me volví a enojar, me zafé de su abrazo y me fui.
Han pasado 21 años de aquello y no hay forma de evitar que los ojos se me llenen de lágrimas cuando recuerdo su mirada amorosa en su breve despedida. Breve a causa mía, porque no entendía que se iba para siempre. No entendía que en sus simples palabras me explicaba sabiamente que la muerte era un viaje, y que el deseo más grande de los seres amados es reencontrarse en otro lugar...tal vez en otra vida. Esa era su filosofía. Así lo explicó a una niña de 5 años y así lo entendí, finalmente.
1 comentario:
.....es magico, hay una esencia muy especial y esencial entre niños y abuelitos ..una particularidad unica,es bello verlos entre juegos..en la mesa ,....en loa bailes ........entre charlas ..siempre es vital que exista esa coneccion ,a los niños les es muy util en la vida ya que han recibido ese calor y emocion extradimensional,simplemente de incalculable valor emotivo ....
Publicar un comentario