“La gente buena se va de este mundo para que, quienes nos quedemos, aprendamos algo nuevo”, le dije a un amigo que tenía el pesar de una pérdida importante.
Perder nos enseña a valorar lo que tuvimos. Trillada la frase y quizá algo mezquina para quienes esperamos nuevas oportunidades. Porque hay cosas que no se pueden recuperar: momentos, palabras, personas.
Hablando de perder. Cuando era niña perdí muchos relojes que mi abuela me regaló. Estoy segura que tenía, en su presupuesto, el ítem: relojes para una nieta reticente a los artilugios de la puntualidad. El último reloj que me regaló, que no perderé, fue el que ella usaba: “cuando me muera quiero que lo pongas en tu mano”. Se hizo su voluntad.
Para asegurarme de que no se pierda lo tengo dentro de un cofre de perlas, que ella misma me fabricó. A manera de ritual, abro el cofre, saco el reloj y lo sacudo de vez en cuando para que siga andando (es de esos relojes que la energía la obtienen del movimiento). Cuando lo hago la recuerdo con su carcajada, con sus cuadernos por revisar, cantando las canciones infantiles que enseñaba a sus alumnos. Es un recuerdo muy dulce.
Una de las canciones que me enseñó fue “Mambrú se fue a la guerra”, yo tenía 6 años y la cantaba a voz en cuello para memorizarla. En todo lugar y a cada rato. La canción dice así:
Mambrú se fue a la guerra
Qué dolor qué dolor qué pena
Mambrú se fue a la guerra
No sé cuando vendrá…
El mayor de mis primos, víctima de mis alaridos, tuvo una creativa manera de callarme: “¡Así no es la canción!”. A lo que repliqué: “¿Y, cómo es entonces?”. El manganzón, en menos de un minuto reescribió la letra de la canción, poniendo como protagonista a nuestro común primo a quien apodamos “Chaplin”, por la disposición de sus pies al caminar. Haciendo uso de sus conocimientos retorcidos que todo pre púber adquiere de sus amigos cantó:
Chaplin se fue a la guerra
Montado en una perra*
La perra* se cayó
Chaplin se la tiró**
Aprendí la canción de inmediato y con el mismo ahínco y potencia, que la primera versión, empecé a cantarla por toda la casa. Hasta que mi abuela llegó y, sin siquiera saludarla le dije: “¡Ya me sé la canción verdadera!”. Sorprendida me pidió que se la cantara y así fue. Sus ojos se hacían grandes y su boca hacía la forma de la “o”. Pero, como me quería tanto e intuía que en la nueva versión habría participado alguno de mis primos, me preguntó dulcemente: “¿Y quién te la enseño?” Luego de responderle me dio un beso y me dijo: “Te imaginas si una persona se sube encima de una perrita, lo mucho que le pesará a la pobre perrita. Así no es la canción porque Chaplin no le haría tal crueldad al animalito”. Dicho esto gritó el nombre de mi primo, quien aún rondaba por la casa y al cabo de unos minutos tuvo una conversación accidentada con él.
Todos los recuerdos que tengo de ella son así. Abrir el cofre y sacudir el reloj es como abrir un frasquito de compota de frutas y probar una deliciosa cucharada de ese postre fresco y no muy dulce que tanto le gusta a mi amigo Carlos y al que acude para recordar a una persona muy importante para él que recientemente lo dejó porque “La gente buena se va de este mundo para que, quienes nos quedemos, aprendamos algo nuevo”.
Perder nos enseña a valorar lo que tuvimos. Trillada la frase y quizá algo mezquina para quienes esperamos nuevas oportunidades. Porque hay cosas que no se pueden recuperar: momentos, palabras, personas.
Hablando de perder. Cuando era niña perdí muchos relojes que mi abuela me regaló. Estoy segura que tenía, en su presupuesto, el ítem: relojes para una nieta reticente a los artilugios de la puntualidad. El último reloj que me regaló, que no perderé, fue el que ella usaba: “cuando me muera quiero que lo pongas en tu mano”. Se hizo su voluntad.
Para asegurarme de que no se pierda lo tengo dentro de un cofre de perlas, que ella misma me fabricó. A manera de ritual, abro el cofre, saco el reloj y lo sacudo de vez en cuando para que siga andando (es de esos relojes que la energía la obtienen del movimiento). Cuando lo hago la recuerdo con su carcajada, con sus cuadernos por revisar, cantando las canciones infantiles que enseñaba a sus alumnos. Es un recuerdo muy dulce.
Una de las canciones que me enseñó fue “Mambrú se fue a la guerra”, yo tenía 6 años y la cantaba a voz en cuello para memorizarla. En todo lugar y a cada rato. La canción dice así:
Mambrú se fue a la guerra
Qué dolor qué dolor qué pena
Mambrú se fue a la guerra
No sé cuando vendrá…
El mayor de mis primos, víctima de mis alaridos, tuvo una creativa manera de callarme: “¡Así no es la canción!”. A lo que repliqué: “¿Y, cómo es entonces?”. El manganzón, en menos de un minuto reescribió la letra de la canción, poniendo como protagonista a nuestro común primo a quien apodamos “Chaplin”, por la disposición de sus pies al caminar. Haciendo uso de sus conocimientos retorcidos que todo pre púber adquiere de sus amigos cantó:
Chaplin se fue a la guerra
Montado en una perra*
La perra* se cayó
Chaplin se la tiró**
Aprendí la canción de inmediato y con el mismo ahínco y potencia, que la primera versión, empecé a cantarla por toda la casa. Hasta que mi abuela llegó y, sin siquiera saludarla le dije: “¡Ya me sé la canción verdadera!”. Sorprendida me pidió que se la cantara y así fue. Sus ojos se hacían grandes y su boca hacía la forma de la “o”. Pero, como me quería tanto e intuía que en la nueva versión habría participado alguno de mis primos, me preguntó dulcemente: “¿Y quién te la enseño?” Luego de responderle me dio un beso y me dijo: “Te imaginas si una persona se sube encima de una perrita, lo mucho que le pesará a la pobre perrita. Así no es la canción porque Chaplin no le haría tal crueldad al animalito”. Dicho esto gritó el nombre de mi primo, quien aún rondaba por la casa y al cabo de unos minutos tuvo una conversación accidentada con él.
Todos los recuerdos que tengo de ella son así. Abrir el cofre y sacudir el reloj es como abrir un frasquito de compota de frutas y probar una deliciosa cucharada de ese postre fresco y no muy dulce que tanto le gusta a mi amigo Carlos y al que acude para recordar a una persona muy importante para él que recientemente lo dejó porque “La gente buena se va de este mundo para que, quienes nos quedemos, aprendamos algo nuevo”.
* Después de algún tiempo entendí que cuando decía "perra" se refería a aquellas damas que a cambio de placer piden dinero.
Dalí no perdía relojes, ¡los hacía agua!
5 comentarios:
Las personas que nos aman se van...
aprendemos...mejoramos...avanzamos
El circulo de la vida...muy intenso.
Rosita:
Te digo así como te llamaba tu gran abuela mi querida madre,creo que en estas lineas has reflejado claramente situaciones en las que la puedo ver, evocandola sin hacer el mínimo esfuerzo. gracias por eso
ela
La mami Yoli era todo no? No era todo acaso? mmm estoy llorando en este preciso instante.
Tengo un reloj de bolsillo que era de mi abuelo, un tosco calabrés que apenas conocí porque murió cuando yo era muy chico. Mi padre conservó su reloj y yo iba a buscarlo al cajón de vez en cuando para darle cuerda y verlo funcionar. Cuando mi padre murió, me llevé el reloj y cada tanto le abro la tapa, miro su cuadrante de números romanos y le doy cuerda, imaginando que revive aquel abuelo del que sólo recuerdo una imagen: la de él abriéndome sus brazos y sonriéndome desde la cama del hospital donde pasó sus últimos días.
Gus: ahora me siento mucho más cerca de ti!
Gracias por el comment, gracias por compartir!
besotototote
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