viernes, 22 de febrero de 2008

Cocoliche para rato





Mi papá es medio hippie, bohemio y niñito a la vez. Es lindo y he decidido decirle Angelote porque tiene los ojos verde agua, el cabello claro y tiene cara de bueno y blanquísima. Además, porque así lo llamaba una amiga suya en la época en la que estudiaba en la Escuela de Bellas Artes.

En aquella época, entre narices de Nefertiti de arcilla y “naturalezas muertas” al óleo Angelote conoció a mi mamá, se conquistaron y lo demás es historia. Lo cierto es que coincidimos en que lo mejor que crearon Angelote y Alice (mi mamá) fuimos sus tres hijos, ¿o no?

Cuando era niña, Angelote solía comprarme una bolsa de Cocoliche (maíz dulce soplado) que yo compartía con mi hermano mayor. Lo compraba a una señora que se sentaba frente al cine Balta (en aquella época ponían películas en dibujos animados, la aclaración vale porque poco antes de desaparecer, en ese cine se lanzaron al estrellato nuevas estrellas porno). Luego íbamos a los botes, a los juegos mecánicos o a visitar a mi abuela y a seguir comiendo dulces. Esa maravillosa rutina dominical era todo.

Cuando cambié de status y dejé de ser niña perdí de vista a Angelote. Ni rastro de sus alas. Lo extrañé mucho, es cierto. Pero, por fortuna aún tenía a Alice, la mujer maravilla que se multiplicaba, siempre que fuera necesario, para atender a sus hijos, negocios, casa y, a veces, a ella misma.

Mucho tiempo pensé que Angelote prefería a la niña Rous antes que a la adolescente o la mujer Rous. Eso fue hasta hace unas semanas en que Angelote volvió con sus alas blancas a abrazar a Rous, a abrazarme.

Cuando lo tuve frente a mí, acompañados de Serrat y una botella de pisco, me propuso, sintiéndose culpable, que escriba todo lo que nos había alejado por tanto tiempo. ¡Trato hecho! Este blog sería el soporte de mi pliego de reclamos contra el celestial personaje de quien heredé: apellido, gustos musicales, sensibilidad, signo zodiacal, grosor de cabello, cejas, ojos y arte culinario.

Me quedé mirando el color rosado de la página del blog pensando en que los episodios grises de Rous y Angelote no combinaban. Entonces busqué en mi conciente y subconsciente los archivos de “la vida sin Angelote” y presioné “delete”.


No recuerdo nada ahora y Angelote también debería olvidar cualquier sentimiento de culpa. Esta amnesia “sana heridas” me vino de perilla.


3 comentarios:

Pierina Riofrío dijo...

¡Muy churro Angelote!
A este post se le derrama la ternura.
Ojalá que Angelote no se derrita tanto al leerlo.

Anónimo dijo...

Sin palabras...y un gran sentimiento de satisfaccion por tu amnesia, eso es favorable para ti

Anónimo dijo...

ese angelote, sigue con las narices frias, je je je .

wolf...